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Clasificando, el planeta vamos salvando – 4to lugar Concurso de Cuento Ambiental Coopetraban

En el rincón más animado del Parque Central, donde los árboles susurraban secretos  al viento y las flores pintaban la tierra con sus colores, vivía una comunidad  muy especial.

Allí no eran los animales ni los humanos los protagonistas, sino las canecas de basura que con su empeño  se encargaban de mantener el parque limpio y  ordenado. Cada caneca tenía su propia personalidad. Su propia misión, y por supuesto, su propio color.

En este curioso rincón  del mundo las canecas eran mucho más que simples contenedores de basura. Ellas podían hablar, pensar y hasta soñar. Había una caneca azul que se dedicaba con esmero  a los reciclables, una caneca verde  que se encargaba  de los desechos orgánicos y una caneca negra que recibía los residuos generales.

La caneca azul, llamada Celeste, era conocida por su entusiasmo y su amor por todo lo reciclable. Cada  botella de plástico, casa pedazo de papel que llegaba a ella, la hacia sonreír con orgullo.

La caneca verde, llamada Esmeralda, era llena de energía y disfrutaba  transformando los restos de comida y las hojas caídas en compost rico y nutritivo.

Sin embargo, la caneca negra, llamada Nocturna, se sentía diferente. Ella no compartía el mismo  entusiasmo que sus compañeras. Se preguntaba si su trabajo realmente  importaba. “¿Qué valor tiene recoger  residuos que no pueden ser reciclados ni compostados?,” pensaba Nocturna con tristeza.

A pesar de sus dudas, Nocturna seguía cumpliendo con su deber. Cada vez que alguien arrojaba  basura en su interior, ella suspiraba, deseando ser tan importante como Celeste o Esmeralda. Sus días pasaban así, en una mezcla de rutina y tristeza, mientras la vida en el parque continuaba  vibrante a su alrededor.

Un día, mientras el Sol se ocultaba y las estrellas comenzaban a  brillar, una fuerte tormenta  azotó  el parque. El viento rugía y las ramas  de los árboles  crujían  bajo su furia. La lluvia caía  a cántaros y, pronto, el parque  se llenó de desechos arrastrados por el viento y el agua. Papeles, plásticos y otros residuos se mezclaban en un caos desordenado.

Cuando la tormenta finalmente terminó, el parque parecía un campo de batalla. Celeste  y Esmeralda se sintieron abrumadas al ver la cantidad de basura esparcida por todas partes. Intentaron recoger lo que pudieron, pero rápidamente se dieron cuenta de que no podían manejar todo solas. Fue entonces cuando Nocturna vio su oportunidad.

Con una determinación que no había sentido antes, Nocturna se dispuso a trabajar. Abrió su boca metálica y comenzó a recibir todo tipo  de desechos. Mientras lo hacia, se dio cuenta de algo importante: sin ella, el parque nunca podría  estar completamente limpio. Celeste y Esmeralda tenían sus roles cruciales, pero también lo tenía ella. Su trabajo era esencial para que los demás acudieran a  cumplir el suyo.

La comunidad del parque, viendo el esfuerzo de Nocturna, se unió en un esfuerzo colectivo. Los visitantes empezaron a separar mejor sus desechos,  respetando y valorando el papel de cada caneca. Los niños aprendieron a reciclar correctamente y los adultos se aseguraron que la basura  no reciclable  llegara a Nocturna. Poco a poco el parque recobró su esplendor.        

Una tarde mientras el  Sol pintaba el cielo de un dorado resplandeciente, Nocturna se dio cuenta de algo maravilloso. Ya  no se sentía menos que sus compañeras. Entendió  que, aunque su tarea podía parecer  menos gloriosa, era igual de vital. Cada residuo que recogía ayudaba a mantener el equilibrio y la belleza del parque.

Nocturna levantó su tapa y sonrió. Ahora sabía que su trabajo  tenía un  propósito  y esa propósito era tan valioso  como cualquier otro.  Había encontrado su lugar en el mundo, y con ello una  nueva alegría y satisfacción en cada  día.

Desde entonces, las canecas de basuras del Parque Central vivieron en armonía, cada una cumpliendo  con su papel único e indispensable. Y así, el parque se convirtió en un ejemplo brillante de cómo, con un  poco de cooperación y respeto por las tareas de cada uno, se podía crear un ambiente más limpio y saludable  para todos.

Y así, ente susurros de viento  y risas de flores, el Parque Central siguió siendo un rincón  especial, donde hasta las canecas de basura sabían que cada uno tiene un lugar importante en el gran mosaico de la vida.

Elizabeth Cañas Agudelo
Institución Educativa La Salle de Campoamor
Oficina Coopetraban Punto Clave, Medellín

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